El tipo era alto, aerodinámicamente delgado y con la nostalgia en metástasis.Era agua lo que bebía, lo que para el guión cambiaremos a whisky, y me dijo un frase inspiradora:'He visto a un delfín llorar'.Aún si hubiese estado borracho, drogado, o todo a la vez, resultaba totalmente abrumador su discurso.
Tras hora y media de
currículum versión narrada, había conseguido el trabajo de su vida, y así contado también de la mía: se dedicaba a nadar entre cetáceos. Monitor de buceo para turistas aventurados.
Estaba contento.Una tarde difícil de trabajo, con sólo tres turistas en todo el día, tuvo un momento de asueto entre delfines y tras jugar un rato miró a uno de ellos e hizo una reflexión a la que nunca había llegado. Pensó en su casa, en su colchón, y pensó en el océano abierto.
En las noches de tormenta, en su colchón, en las noches de tormenta en la mar. En acurrucarse y en el océano abierto. Y no lo vio
todo en el mismo mundo.'No sé, no lo entendía. No podía haber tanta diferencia'.Cuando salió de sus pensamientos y se dio cuenta que el delfín estaba leyendo su gesto. Se emocionó.